A Emilio Ebergenyi
(1950-2005)
La
modulada y agradable voz del locutor cautivaron a la anciana que por ello no
renunciaba a dejar prendido su aparato radiofónico durante toda la noche.
El locutor cubría con entusiasmo el turno
de las diez de la noche a las cuatro de la madrugada y la anciana lo escuchaba
hasta las dos cuando generalmente conciliaba el sueño.
El locutor tenía un estilo ameno para
opinar sobre cualquier tema e intercalaba su discurso con las románticas piezas
instrumentales. Lo mismo leía un poema o hacía una reflexión filosófica que
comentaba lo pasajero de la vida cotidiana.
La anciana estaba encantada y diestra con
las herramientas cibernéticas comunicaba con frecuencia sus opiniones al
locutor. La línea telefónica también se abría regularmente al público, sin
embargo cuando ella marcaba siempre sonaba ocupado y prefería concentrarse en
la programación.
Un día sin embargo, tras digitar el número,
la llamada entró, una asistente le atendió para corroborar sus datos y tras
unos minutos le comunicaron con la varonil voz. Emocionada pero sin perder el
aplomo, saludo al joven y después le expresó su sentir:
–Ay joven, de verdad es usted
un encanto y siempre me hace la noche; su compañía me relaja y viera que
tranquila duermo.
–Muchas gracias señora, esa es
nuestra misión, hacerles pasar unas horas agradables.
–Pero es que su voz no es
escandalosa ni chocante, se le escucha a usted muy auténtico y sabe hablar de
todos los temas.
Foto: Cristina Ortega |
–Bueno doña Luz, nos
preparamos un poquito y nuestro objetivo no es adoctrinar, moralizar ni nada
por el estilo, simplemente platicar entre amigos y pasar un rato agradable.
–No se imagina lo que
significa para mi escucharlo, deveras cuando me muera quiero que su voz me
acompañe.
–Lucecita falta mucho para eso
y mejor sigamos acompañándonos todas las noches.
Y así doña Luz tuvo una velada inolvidable
y las sucesivas jornadas fueron más intensas en su admiración por el locutor y
su pasión por el espacio radial. No olvidó de todos modos su idea que
transmitió a sus familiares:
–En serio que cuando yo muera
quiero que pongan junto a mi caja mi radio encendido y en mi estación favorita.
Nadie le negó su derecho a la vieja que lo
reitero cuantas veces pudo sin dejar alguno de sus nietos bromear al respecto:
–Ay abue, primero se acaba tu
programita que tú.
Pero el tiempo no perdona y después de un
par de años doña Luz falleció en una fría tarde de otoño. Terminó sus días
mientras dormía la siesta en su mecedora.
Tras los preparativos de ocasión, Luz fue
transportada en el respectivo ataúd y carroza hasta “La Aurora”, la agencia
seleccionada. Su cuerpo fue preparado y su caja colocada al centro de la
capilla número cuatro.
El mismo nieto bromista fue quien cumplió
al pie de la letra el deseo de su abuela y con sentimientos conjugados de
dolor, rabia y resignación sorbiendo su nariz colocó el mediano aparato
receptor de radio y lo encendió a un regular volumen.
Familiares y amigos consternados y
fascinados con el acto, en lugar de rezos atendieron la audición. Una pieza de
jazz llenó la atmósfera de serenidad. La música parecía no terminar hasta que
vino el breve silencio de rigor previo a la locución. Con un halo místico todos
quedaron expectantes deseosos de escuchar al carismático comunicador y hasta
quisieron depositar su fe, como si su mágica voz pudiera devolverle la vida a
la anciana.
Sorpresivamente una locutora dio las buenas
noches y sacó a todos de su sosiego; extrañados pensaron que la sintonía estaba
errada, pero la mujer pronto los sacó de dudas:
–Queridos radioescuchas: con
profundo pesar debo anunciarles que mi compañero Emigdio Escalante ya no podrá estar
con nosotros…
Un suspiro medió en su alocución:
–…él ha partido hace unas
horas a un ámbito mucho más tranquilo y acogedor, seguramente acompañado de
notas y acordes musicales que sembró en su espíritu…Aquellos interesados en
acompañarle en su despedida, desde estos momentos su cuerpo está siendo velado
en la agencia funeraria “La Aurora”, en la capilla número tres…
Las respectivas miradas de familiares y
amigos de doña Luz se encontraron entre sí asombradas y después se depositaron
en el féretro y particularmente en el aparato receptor de cuya bocina surgió
tenuemente la voz de Emigdio en una remembranza que los colaboradores de la emisora
quisieron hacer.
Después, cuando al radio se le terminaron
las pilas, esa voz también se apagó.
D.R. © Teófilo Huerta, 2012
Publicado en revista Este País, No. 108, México, septiembre de 2014. Leer en línea
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