Foto: Juan Toledo |
Con desconfianza aproximó su mano y tomó el
libro. Ya en su posesión vio que eran atractivos el título, el autor y la
ilustración de portada. Hizo un gesto de satisfacción por el encuentro. Cuando
abrió la obra se percató de un mensaje inscrito en una papeleta adherida:
“Felicidades, has encontrado un libro libre destinado a tu lectura El club de los libros abandonados te da la
bienvenida, da aviso de este hallazgo en la página www…. te pedimos que cuando
termines de leer este libro no te quedes con él, sino que lo dejes casualmente
en un sitio público que elijas para que otra persona como tú pueda también
recrearse con su lectura.”
Encantado lo hojeó. Notó que en sus páginas
el libro estaba todo polvoriento y lo atribuyó a haberse enterregado al
encontrarse al aire libre. Como era su costumbre, leyó el texto de la
contraportada con una breve sinopsis de la obra, el índice y la página legal
con los principales datos de edición. Como si fuera un rito, dirigió su vista alrededor para tener pleno dominio
de su entorno y no ser sorprendido por ningún distractor, respiró profundamente
y pausadamente volvió a abrir el libro hasta la página de inicio del texto y se
concentró en su lectura.
Poco
a poco se adentró en la trama y su interés creció. Su expresión pasaba de la
seriedad a la tranquilidad y como si fuera una barca se dejó llevar por la
corriente.
Pasada
más de una hora vio su reloj y con parsimonia dobló cuidadosamente un ángulo
superior de la página en que detuvo su lectura y cerró el libro. Se levantó
satisfecho y se retiró del jardín.
Día con día regresó al parque y eligió una
u otra banca para continuar su entretenida lectura. Su intención era concluirla
en el sitio donde había hallado el material para abandonarlo allí mismo. Eso
sí, hojear el libro se le había complicado pues sus dedos presentaban lesiones
que las atribuía a picaduras de mosquitos.´
En algunas de las oportunidades en que se
adentró en el texto en aquel paraje, otros paseantes frecuentes fueron testigos
de algunos cambios de conducta de aquel ávido lector. Por supuesto siempre lo
vieron interesado en las páginas, pero lo curioso fueron sus cambios físicos,
pues de la gallardía y tranquilidad con que se sentaba en la banca y procedía
con su tarea, vieron su deterioro y ejecutar actitudes que con el tiempo se
incrementaron en frecuencia y combinaciones, como la de toser, rascarse, jalar
aire o sacar su pañuelo para secarse el sudor. La alegría y concentración
inicial también se transformaron en angustia. Esos visores por lo general
atribuyeron la transformación del lector a la propia obra que con tanto ahínco
cargaba y leía.
Después de varios días, en su banca
preferida del jardín abrió el libro y su vista nublada le impidió leer por lo
que lo cerró de inmediato. Cuando más necesitaba la ayuda de alguna persona,
nadie lo observaba. Se levantó desconcertado y titubeante al dar los pasos.
Minutos posteriores sobre la acera que lo conducía a su casa, sintió un mareo
que lo puso alerta y como reflejo sujetó su libro. El mareo fue mayor y le hizo
falta aire. Se llevó la mano libre al pecho a la vez que ya con angustia quiso
jalar oxígeno. En un instante perdió el conocimiento, cayó estrepitosamente
contra el cemento y murió, el libro naturalmente se desprendió de sus manos y
fue a caer a varios metros de él, justo
en una cuneta entre la banqueta y la calle.
Era imponente lo solitario que aparecía
aquel cuerpo tendido en el suelo. El total abandono de un individuo cuyo
cerebro minutos antes recreaba otro mundo y mucha compañía. Parecía que el
libro había renunciado a él.
Las primeras personas que divisaron al
sujeto, nunca advirtieron la presencia del libro. El hombre fue levantado
muchas horas después por una ambulancia y llevado al centro forense. El médico
legista extendió el siguiente informe: “Hombre de aproximadamente 36 años de
edad, peso corporal de 70 kilos y estatura de 1.75 metros. Falleció
aproximadamente a las 14:35 horas. Presentó fractura en el parietal derecho
causada por el desvanecimiento posterior al deceso por obstrucción
respiratoria. Los análisis de sangre, así como de la piel, de la mucosa nasal y
de los pulmones arrojan la presencia de esporas originadas por la bacteria Bacillus antrhracis, comúnmente
identificada como ántrax …”
En otro momento en la acera del accidente,
una joven y hermosa estudiante divisó en la cuneta el libro que creyó
extraviado y abandonado, se agachó para recogerlo y ya en su posesión vio que
eran atractivos el título, el autor y la ilustración de portada. Hizo un gesto
de satisfacción por el encuentro. Cuando abrió la obra se percató de un mensaje
inscrito en una papeleta adherida: “Felicidades, has encontrado un libro…”
D.R. © Teófilo Huerta, 2012
Integrante de la antología 2099-b, Ediciones Irreverentes, Madrid, 2013. ISBN: 978-84-15353-74-4
Adquirir aquí en línea.
Leer cuento en revista El Bibliotecario en línea (p.31).
1 comentario:
¡Muy bueno! me gustó, llegué a tu cuento por la publicación que hiciste en el evento de Siembra de libros. Te invito a leer mi blog, a ver qué te parece:
http://warmgunner666.blogspot.mx/
¡Saludos!
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