02 junio, 2013

Barquitos


A Teo Jr.

“Querido hijo: llegas felizmente a nuestras vidas. Arribas a una casa, tu casa, cuyos pies los baña un bello y sereno lago donde navega una embarcación con la que tu padre y tú pasarán momentos inolvidables…”
    La carta que Ezequiel escribió a su hijo Juan no la conoció este último hasta entrados sus catorce años de edad y entonces se dibujó una sonrisa en su rostro cuando entendió que el lago al que aludía su padre no era sino un estanque, eso sí muy limpio siempre, y que la embarcación con que efectivamente se divirtieron a rabiar no era otro que un juguete de plástico que conservaba en la repisa de su cuarto.
    No sólo la edad y los nuevos intereses de Juan lo distanciaron del juego en el estanque con su padre, sino el abrupto cambio de domicilio a un departamento en el que además resintió restricciones económicas y respiró ansias, frustraciones y desesperaciones al seno familiar.
    Tras varios años difíciles, en que las riendas del hogar las llevó Amyra, Ezequiel encontró nuevas perspectivas de trabajo que le permitieron retomar poco a poco el nivel de vida al que estaba habituado e incluso a proyectar su mejora.
    Amyra y Juan sabían que en breve podrían volver a tener una casa y a realizar proyectos conjuntos, sin embargo Ezequiel se mostraba sumamente cauto y reservado, a tal grado que su esposa e hijo sospechaban que las cosas no eran tan alentadoras como lo imaginaban.
    Un domingo Ezequiel salió muy temprano del departamento sin ser advertido por sus familiares. Dejó, eso sí, un sobre en el buró de su hijo junto a su celular que fue lo primero que vio Juan al abrir los ojos. Extrañado sacó la carta dirigida a él por su padre y comenzó a leer:
    “Querido hijo: hoy como ayer, refrendo mi cariño por ti y celebro ser tu padre. Las cosas no han sido tal y como yo hubiera querido que transcurriesen, créeme que me he desvivido por darte lo mejor y nunca debes dudar del inmenso amor que te profeso. Quizá hemos llevado una lección de vida conjunta. Hoy, no sin esfuerzos, tengo posibilidades de ofrecerles a tu madre y a ti, a pesar de que ya tienes 17 años, una renovada vida. Podrán arribar a una casa, tu casa, cuya entrada adorna un bello estanque donde podrás volver a navegar tu barquito de plástico y rememorar momentos inolvidables. Yo espero les guste, la dirección es Paseo de las Flores…”
    De inmediato Juan dio un brinco de la cama, despertó a su madre y tras compartirle la noticia, se arreglaron y salieron hacia el destino señalado.
Ilustración: Lake (2011) de Viriginia Palomeque. Arte Digital.

    Juan conducía el viejo auto de su madre y ya no pudo sino recorrer el último trayecto al nuevo hogar a una muy baja velocidad, producto del embelesamiento que le causó el pintoresco paisaje. Atónitos, su madre y él bajaron del auto y caminaron hasta la escalinata de la casa para testificar que estaban prácticamente a los pies de un bello y sereno lago rodeado de árboles y donde reposaba una hermosa lancha en cuya proa estaba inscrito el nombre de Juan.


D.R. © Teófilo Huerta, 2012

Publicado en la revista Molino de Letras No. 77, mayo-junio de 2013.

Barquitos by Teófilo Huerta

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