Galería de Dereck Vinyard |
Cuando Eustaquio Sánchez pisó por primer vez
el museo se quedó asombrado por el majestuoso hongo que bañaba el patio
central. Acalorado coqueteó con la idea de darse una ducha y se conformó con el
rocío que acarició su cuerpo.
Cuando
inició el largo recorrido por las salas se dejó acompañar por un joven guía que
le mostró paso a paso las vitrinas y maquetas y le explicó con sapiencia
detalles de las exposiciones.Eustaquio se fascinó por muchas de las piezas ornamentales, las vasijas y las máscaras; las finas piezas de ónix y las significativas estelas. También se mostró sorprendido por los restos humanos y deseó con todas sus fuerzas que nunca él se quedara en desnudos huesos, antes que ello prefería inmortalizarse como alguna de las estatuas que también apreció.
Cuando llegaron a la gran sala mexica, prácticamente no parpadeó, gozó de las reproducciones de las pirámides y se imaginó en épocas remotas. Nada más al percibir la maqueta del gran mercado se paralizó, perdió el sentido por una segundos, se le cegó la vista y los susurros que escuchaba de los visitantes fueron sustituidos por un inmenso vocerío en náhuatl, ininteligible para él, su olfato detectó una mezcla de olores de yerbas y animales y al recobrar la visión un tanto borrosa se descubrió en paños menores y huaraches. El incipiente mareo se intensificó y cientos de personas vestidas como él le rondaban. Quiso sostenerse en el hombro de su guía, pero éste ataviado igualmente por poca ropa le regaló una última y enigmática mirada antes de desaparecer despavorido entre las mercancías.
Eustaquio tenía conciencia del mercado que en miniatura apenas había observado e imaginó que el sueño lo había vencido tras la visita al museo. Un poco más sereno caminó no sin tropezarse con algunas jaulas de animales. A cada paso que daba los mercaderes le ofrecían objetos a la vista, pero él tan sólo movió insistente la cabeza y avanzó más en busca de una salida no sin volverse a tropezar. En eso dirigió su mirada al cielo e incrédulo percibió un enorme teléfono celular manejado por un gigante rubio. Eustaquio se paralizó y fijó su pavorosa mirada en el gran artefacto que lo captó.
Ya no pudo moverse, como un eco sólo alcanzó a escuchar que el gigante rubio expresó a algún acompañante:
–¡Magnifique visage!, ¡celui semble-t-il un homme de vérité!!!
1 comentario:
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