Me
levanté súbitamente. Me dominaba un sentimiento confuso. No sé si era angustia
o el resultado de una nueva experiencia.
Mi cuerpo sudaba, sentía un ardor que me
ahogaba pero me hacía feliz al mismo tiempo.
Tú yacías cobijada por el sonido de la
noche; una lámpara iluminaba tus senos y el ritmo de tu respiración me llamaba
de nuevo a tu lado. Tus labios húmedos y sinceros dejaron escapar en lo íntimo
de la alcoba una pregunta:
–¿Te sientes mal?
Te miré con los ojos tensos. Me sentía como
ajeno a aquella escena. No logré entender lo que me decías y volviste a
preguntar:
– ¿Qué pasa mi amor, qué sientes?
Como un loco me precipité sobre ti: te
abracé desesperado. Mi cuerpo hervía y quería consumirme en tus brazos.
Entonces te asustaste, te resististe a mis besos y murmuraste:
–…Con cuidado… ¡Ten cuidado!
La oscuridad se hizo más intensa, tu voz se
escondía bajo la
almohada. Sentí penetrar en un túnel infinito. Quería
perderme en tu ser, saberte real y mía.
Tu calor equilibró el mío y la
desesperación que me envolvía se mitigó. Tus manos palpaban mi espalda y me
daban tranquilidad.
– Gracias –te dije, al tiempo que acariciaba
tu fina oreja.
Con una bella sonrisa depositaste tu
confianza en mí. Desde ese momento recorrimos el camino de la búsqueda. Mis manos
no se cansaron de percibir la esencia de tu figura. Conocí con las yemas de mis
dedos la estructura encantadora de tu existencia.
– Esto es un lindo viaje –te dije.
– ¿Qué cosa?
– Sí, siento que me transportas a un lindo
lugar que es tu vida y yo me asomo para ver el paisaje que te viste.
– ¿Te parece mi cuerpo un vestido de mi
vida?
– Bueno, es la coraza que te resguarda…
– ¿Tú qué piensas: el cuerpo y el alma están
separados?
– Pues sí en la vida rutinaria. Pero en la
multitud las esencias se pierden y nos vemos como simples bultos. ¡Cuántas
veces no herimos la carne de los demás!, como si los golpes no llegaran a
estremecer sus entrañas. ¡Cuántos muertos se confunden en la fosa común que
encuentran como destino!, y atrás, el asesino cree que su hazaña está lograda,
ignorando el lugar al que los espíritus llegarán y desde donde juzgarán su vil
actitud. No es tanto que cuerpo y alma estén separados cariño –continué– es que
en medio de nuestras vanidades y preocupaciones los dividimos radicalmente.
Cuando el alma sufre y no tenemos humildad, ni la valentía de mostrarlo, nos
disfrazamos el cuerpo: la mujer se maquilla el rostro, da a sus labios y ojos
una apariencia vigorosa, pero su voz y mirada tienen otro matiz; el hombre se
deja o se quita bigote y barba con la intención de cambiar la expresión, pero
ésta queda impregnada del drama interno.
– ¡Que filosófico!Y hoy, ¿aquí? –me
preguntaste con tu aliento cautivante.
– No sé, nuestra pasión nos llena hasta lo
más íntimo. La piel y más allá.
– ¿Qué descubres en mi cuerpo?
– Eres una escultura viviente. Pero también
me enseñas tu energía interior. Contigo viajo a un mundo desconocido. Y tú,
¿qué descubres en mí?
– Bueno, toco tus ideas y sentimientos. Las
palabras que me dicen también corren por mi sangre. Tu sudor habla de tu
vitalidad no sólo física, sino de tus anhelos y virtudes. Tenemos una
comunicación intensa.
Callaron nuestras bocas mutuamente y nos
dejamos llevar por los significados de nuestro contacto. Recuerdo vivamente la
textura fascinante de tu piel, la ternura con que tus manos buscaban mi apoyo.
Aparentemente nos perdíamos en el misterio de nuestros trazos. Sin embargo, el
encuentro era la consolidación de nuestros destinos.
Por eso hoy no hallo el camino que puedo
seguir. Te sé mía todavía. Tu filosofía me acompaña y da coherencia a mi
confusa cabeza, pero ¿cómo ahogar esta ansia de tocarte?
Has abandonado tu cuerpo y no lo puedes
mover. Tu carne inolvidable desaparecerá. Tierra y tiempo borrarán la vitalidad
de la que me nutrí tantas noches.
Estas flores, mi amor, las coloco al pie
de tu tumba para que den un poco de alegría al silencio en que se desintegra tu
cuerpo. Quisiera que sus pétalos te protegieran y que el color de tu piel que
diera luz a mi frágil estructura, no se perdiera en el gris del nuevo ámbito
que te gobierna.
Pero yo sé bien que la muerte te ha hecho
nacer en otro lugar. ¿Dónde estás amor con tu encanto y sabiduría? ¿Dónde, que
alejada no darás a nuestro lecho el calor ni el aroma que me cobijaban?
Las flores te las dejo aquí, mas su perfume
llegará hasta ti y en mis noches solitarias te tendré si no a mi lado, sí en el
orden de mis sueños, donde tu voz será una aproximación a la realidad.
Pronto viajaré cariño y en el desintegrar
de mi cuerpo brotarán de nuevo el tuyo y el mío más fundidos que nunca; el aire
será nuestro aliado y en el volar de nuestro éxtasis dormiremos en la plenitud
de nuestra paz.
D.R. © Teófilo Huerta, 1986
Integrante del libro La segunda muerte y otros cuentos
D.R. © Plaza y Valdés, 2011
Reproducido con autorización de la editorial Plaza y Valdés.
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