04 octubre, 2012

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Érase un hombre con ganas de escribir. Desde joven le había gustado. Tenía una inclinación especial por imaginar historias y plasmarlas en el papel. Con el tiempo había juntado varios cuentos, los había corregido, pulido y vuelto a corregir.
   Su máxima ilusión era ampliar el espectro familiar y amistoso de lectura, que sus narraciones pudieran alcanzar más cerebros y corazones, todo a través de la publicación de un libro formal.
    Hasta entonces sus lectores habían sido sus cuatro abuelos, dos padres, o sea, padre y madre, dos hermanas, siete tíos, trece primos, nueve sobrinos, cinco cuñados, dos concuños, una suegra, un jefe, doce ex jefes, seis maestros, cinco amigos, diez compañeros, diez alumnos, un taxista, un doctor, un párroco, un peluquero, dos agentes de tránsito, una esposa, tres hijos…ah, y un perro.
     Manos a la obra acudió a varias editoriales en busca de concretar su sueño:
-Toc, toc.
-¿Quién es?
-Un autor.
-¿Qué quiere?
-Publicar.
    Y las respuestas eran invariablemente: “no, gracias”, “vuelva otro día”, “tendríamos que evaluar su mercancía”, “por ahora estamos llenos”, “ya no moleste”.
     Pero un día, después de tanto trajinar, sucedió que…
      - Toc, toc
-¿Quién es?
-Un autor
-Ah, ¡bienvenido!, ¡pásele!
     Atónito por el gentil recibimiento del editor, su destino tomaba un sendero prometedor y a partir de entonces vino el conocimiento, el acuerdo y la feliz consecución de ver su libro publicado.
      Pero cuál no sería su sorpresa cuando el editor le comunicó que el tiraje de su libro sería de cien ejemplares.
      -¡¿Cien?! –preguntó desconcertado el escritor- y se apresuró a hacer rápidamente cuentas y ello apenas alcanzaría para sus cuatro abuelos, dos padres, o sea, padre y madre, dos hermanas, siete tíos, trece primos, nueve sobrinos, cinco cuñados, dos concuños, una suegra, un jefe, doce ex jefes, seis maestros, cinco amigos, diez compañeros, diez alumnos, un taxista, un doctor, un párroco, un peluquero, dos agentes de tránsito, una esposa, tres hijos…ah, y para el perro.
      Pensó que por más derecho que le asistiera para solicitar un tiraje mayor, debía aquilatar la oportunidad que se le brindaba de publicar por primera vez.
      Con entusiasmo y actitud positiva invitó a la presentación de su libro a sus cuatro abuelos, dos padres, o sea, padre y madre, dos hermanas, siete tíos, trece primos, nueve sobrinos, cinco cuñados, dos concuños, una suegra, un jefe, doce ex jefes, seis maestros, cinco amigos, diez compañeros, diez alumnos, un taxista, un doctor, un párroco, un peluquero, dos agentes de tránsito, una esposa, tres hijos…ah, y al perro.
Foto: Armando Tamés
     El día marcado llegó. Una presentación de gala. Comenzó su discurso al decir “que tenía guardados sus cuentos desde hacía varios años. Mantenía el deseo de publicarlos alguna vez, pero carecía de…”; bruscamente se interrumpió pues le sonó a un famoso cuento y le pareció detestable hasta el autoplagio.
    A la par de su nuevo discurso, olió fascinado la tinta de su propio libro, jugó con sus dedos entre las páginas, al llegar al final de ellas, posó sus ojos en el texto que daba fe de los detalles de impresión y entonces abruptamente detuvo su alocución y se concentró en su lectura. Se hizo un majestuoso silencio, el público pensó que el autor había hecho una pausa a propósito para dar un giro a su mensaje, pero no, él, sorprendido, seguía absorto y se cercioró de que la cifra del tiraje aunque contenía el número cien, era seguido por una coma y por tres maravillosos ceros. No daba crédito, y en silencio seguían sin parpadear sus cuatro abuelos, dos padres, o sea, padre y madre, dos hermanas, siete tíos, trece primos, nueve sobrinos, cinco cuñados, dos concuños, una suegra, un jefe, doce ex jefes, seis maestros, cinco amigos, diez compañeros, diez alumnos, un taxista, un doctor, un párroco, un peluquero, dos agentes de tránsito, una esposa, tres hijos…y el perro en posición de cazador.
     El escritor perdió mentalmente el hilo de su discurso, con una sonrisa que iluminaba todo su semblante y antes de ponerse de pie, sólo se limitó a decir: ¡muchas gracias!

D.R. © Teófilo Huerta, 2012

Cuento leído por el autor en la presentación del libro La segunda muerte y otros cuentos (Plaza y Valdés, México, 2011) en la Librería Porrúa sucursal Bosque de Chapultepec, el 12 de septiembre de 2012. 





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