Érase un hombre
con ganas de escribir. Desde joven le había gustado. Tenía una inclinación
especial por imaginar historias y plasmarlas en el papel. Con el tiempo había
juntado varios cuentos, los había corregido, pulido y vuelto a corregir.
Su máxima
ilusión era ampliar el espectro familiar y amistoso de lectura, que sus
narraciones pudieran alcanzar más cerebros y corazones, todo a través de la
publicación de un libro formal.
Hasta entonces
sus lectores habían sido sus cuatro abuelos, dos padres, o sea, padre y madre, dos
hermanas, siete tíos, trece primos, nueve sobrinos, cinco cuñados, dos
concuños, una suegra, un jefe, doce ex jefes, seis maestros, cinco amigos, diez
compañeros, diez alumnos, un taxista, un doctor, un párroco, un peluquero, dos
agentes de tránsito, una esposa, tres hijos…ah, y un perro.
Manos a la obra
acudió a varias editoriales en busca de concretar su sueño:
-Toc, toc.
-¿Quién es?
-Un autor.
-¿Qué quiere?
-Publicar.
Y las respuestas
eran invariablemente: “no, gracias”, “vuelva otro día”, “tendríamos que evaluar
su mercancía”, “por ahora estamos llenos”, “ya no moleste”.
Pero un día,
después de tanto trajinar, sucedió que…
- Toc, toc
-¿Quién es?
-Un autor
-Ah, ¡bienvenido!, ¡pásele!
Atónito por el
gentil recibimiento del editor, su destino tomaba un sendero prometedor y a
partir de entonces vino el conocimiento, el acuerdo y la feliz consecución de
ver su libro publicado.
Pero cuál no
sería su sorpresa cuando el editor le comunicó que el tiraje de su libro sería
de cien ejemplares.
-¡¿Cien?!
–preguntó desconcertado el escritor- y se apresuró a hacer rápidamente cuentas
y ello apenas alcanzaría para sus cuatro abuelos, dos padres, o sea, padre y
madre, dos hermanas, siete tíos, trece primos, nueve sobrinos, cinco cuñados,
dos concuños, una suegra, un jefe, doce ex jefes, seis maestros, cinco amigos,
diez compañeros, diez alumnos, un taxista, un doctor, un párroco, un peluquero,
dos agentes de tránsito, una esposa, tres hijos…ah, y para el perro.
Pensó que por
más derecho que le asistiera para solicitar un tiraje mayor, debía aquilatar la
oportunidad que se le brindaba de publicar por primera vez.
Con entusiasmo y
actitud positiva invitó a la presentación de su libro a sus cuatro abuelos, dos
padres, o sea, padre y madre, dos hermanas, siete tíos, trece primos, nueve
sobrinos, cinco cuñados, dos concuños, una suegra, un jefe, doce ex jefes, seis
maestros, cinco amigos, diez compañeros, diez alumnos, un taxista, un doctor,
un párroco, un peluquero, dos agentes de tránsito, una esposa, tres hijos…ah, y
al perro.
Foto: Armando Tamés |
A la par de su
nuevo discurso, olió fascinado la tinta de su propio libro, jugó con sus dedos
entre las páginas, al llegar al final de ellas, posó sus ojos en el texto que
daba fe de los detalles de impresión y entonces abruptamente detuvo su
alocución y se concentró en su lectura. Se hizo un majestuoso silencio, el
público pensó que el autor había hecho una pausa a propósito para dar un giro a
su mensaje, pero no, él, sorprendido, seguía absorto y se cercioró de que la
cifra del tiraje aunque contenía el número cien, era seguido por una coma y por
tres maravillosos ceros. No daba crédito, y en silencio seguían sin parpadear
sus cuatro abuelos, dos padres, o sea, padre y madre, dos hermanas, siete tíos,
trece primos, nueve sobrinos, cinco cuñados, dos concuños, una suegra, un jefe,
doce ex jefes, seis maestros, cinco amigos, diez compañeros, diez alumnos, un
taxista, un doctor, un párroco, un peluquero, dos agentes de tránsito, una esposa,
tres hijos…y el perro en posición de cazador.
El escritor
perdió mentalmente el hilo de su discurso, con una sonrisa que iluminaba todo
su semblante y antes de ponerse de pie, sólo se limitó a decir: ¡muchas
gracias!
D.R. © Teófilo Huerta, 2012
Cuento leído por el autor en la presentación del libro La segunda muerte y otros cuentos (Plaza y Valdés, México, 2011) en la Librería Porrúa sucursal Bosque de Chapultepec, el 12 de septiembre de 2012.
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