30 diciembre, 2012

Más allá de tu cuerpo



Foto tomada del blog "Poesía sin sábanas"
Me levanté súbitamente. Me dominaba un sentimiento confuso. No sé si era angustia o el resultado de una nueva experiencia.
    Mi cuerpo sudaba, sentía un ardor que me ahogaba pero me hacía feliz al mismo tiempo.
    Tú yacías cobijada por el sonido de la noche; una lámpara iluminaba tus senos y el ritmo de tu respiración me llamaba de nuevo a tu lado. Tus labios húmedos y sinceros dejaron escapar en lo íntimo de la alcoba una pregunta:
    –¿Te sientes mal?
    Te miré con los ojos tensos. Me sentía como ajeno a aquella escena. No logré entender lo que me decías y volviste a preguntar:
   – ¿Qué pasa mi amor, qué sientes?
    Como un loco me precipité sobre ti: te abracé desesperado. Mi cuerpo hervía y quería consumirme en tus brazos. Entonces te asustaste, te resististe a mis besos y murmuraste:
    –…Con cuidado… ¡Ten cuidado!
    La oscuridad se hizo más intensa, tu voz se escondía bajo la almohada. Sentí penetrar en un túnel infinito. Quería perderme en tu ser, saberte real y mía.
    Tu calor equilibró el mío y la desesperación que me envolvía se mitigó. Tus manos palpaban mi espalda y me daban tranquilidad.
   – Gracias –te dije, al tiempo que acariciaba tu fina oreja.
    Con una bella sonrisa depositaste tu confianza en mí. Desde ese momento recorrimos el camino de la búsqueda. Mis manos no se cansaron de percibir la esencia de tu figura. Conocí con las yemas de mis dedos la estructura encantadora de tu existencia.
   – Esto es un lindo viaje –te dije.
   – ¿Qué cosa?
   – Sí, siento que me transportas a un lindo lugar que es tu vida y yo me asomo para ver el paisaje que te viste.
   – ¿Te parece mi cuerpo un vestido de mi vida?
   – Bueno, es la coraza que te resguarda…
   – ¿Tú qué piensas: el cuerpo y el alma están separados?
   – Pues sí en la vida rutinaria. Pero en la multitud las esencias se pierden y nos vemos como simples bultos. ¡Cuántas veces no herimos la carne de los demás!, como si los golpes no llegaran a estremecer sus entrañas. ¡Cuántos muertos se confunden en la fosa común que encuentran como destino!, y atrás, el asesino cree que su hazaña está lograda, ignorando el lugar al que los espíritus llegarán y desde donde juzgarán su vil actitud. No es tanto que cuerpo y alma estén separados cariño –continué– es que en medio de nuestras vanidades y preocupaciones los dividimos radicalmente. Cuando el alma sufre y no tenemos humildad, ni la valentía de mostrarlo, nos disfrazamos el cuerpo: la mujer se maquilla el rostro, da a sus labios y ojos una apariencia vigorosa, pero su voz y mirada tienen otro matiz; el hombre se deja o se quita bigote y barba con la intención de cambiar la expresión, pero ésta queda impregnada del drama interno.
   – ¡Que filosófico!Y hoy, ¿aquí? –me preguntaste con tu aliento cautivante.
   – No sé, nuestra pasión nos llena hasta lo más íntimo. La piel y más allá.
   – ¿Qué descubres en mi cuerpo?
   – Eres una escultura viviente. Pero también me enseñas tu energía interior. Contigo viajo a un mundo desconocido. Y tú, ¿qué descubres en mí?
   – Bueno, toco tus ideas y sentimientos. Las palabras que me dicen también corren por mi sangre. Tu sudor habla de tu vitalidad no sólo física, sino de tus anhelos y virtudes. Tenemos una comunicación intensa.
    Callaron nuestras bocas mutuamente y nos dejamos llevar por los significados de nuestro contacto. Recuerdo vivamente la textura fascinante de tu piel, la ternura con que tus manos buscaban mi apoyo. Aparentemente nos perdíamos en el misterio de nuestros trazos. Sin embargo, el encuentro era la consolidación de nuestros destinos.
    Por eso hoy no hallo el camino que puedo seguir. Te sé mía todavía. Tu filosofía me acompaña y da coherencia a mi confusa cabeza, pero ¿cómo ahogar esta ansia de tocarte?
      Has abandonado tu cuerpo y no lo puedes mover. Tu carne inolvidable desaparecerá. Tierra y tiempo borrarán la vitalidad de la que me nutrí tantas noches.
     Estas flores, mi amor, las coloco al pie de tu tumba para que den un poco de alegría al silencio en que se desintegra tu cuerpo. Quisiera que sus pétalos te protegieran y que el color de tu piel que diera luz a mi frágil estructura, no se perdiera en el gris del nuevo ámbito que te gobierna.
    Pero yo sé bien que la muerte te ha hecho nacer en otro lugar. ¿Dónde estás amor con tu encanto y sabiduría? ¿Dónde, que alejada no darás a nuestro lecho el calor ni el aroma que me cobijaban?
    Las flores te las dejo aquí, mas su perfume llegará hasta ti y en mis noches solitarias te tendré si no a mi lado, sí en el orden de mis sueños, donde tu voz será una aproximación a la realidad.
    Pronto viajaré cariño y en el desintegrar de mi cuerpo brotarán de nuevo el tuyo y el mío más fundidos que nunca; el aire será nuestro aliado y en el volar de nuestro éxtasis dormiremos en la plenitud de nuestra paz.


D.R. © Teófilo Huerta, 1986


Integrante del libro La segunda muerte y otros cuentos

D.R. © Plaza y Valdés, 2011
Reproducido con autorización de la editorial Plaza y Valdés.

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