Solamente
el arribo a su vejez declarada y objetiva pudo explicar el comportamiento que
el señor Wenceslao Fechado Desliz llegó a asumir. Más allá de una regresión a
su infancia, una bipolaridad o una demencia senil, la cuestión se resumía en la
llegada de su temida ancianidad y quizá principalmente a su soledad.
Y sobre esa su conducta no existieron más
testigos que las cosas inanimadas a las
qué él atribuyó vida; no hubo persona alguna que lo sorprendiera en sus juegos,
ni siquiera vecinos que lo espiaran pues su residencia era inaccesible para
ello y además el señor se prevenía de cerrar las persianas de sus habitaciones.
Tampoco en una era ya tan tecnificada existía la amenaza de alguna cámara de
circuito cerrado que lo vigilara. Era sólo él y su circunstancia.
El señor Fechado Desliz había sido hijo
único, enfermizo y mimado. Muy pequeño perdió a sus padres y fue criado por
unos tíos que igualmente lo sobreprotegieron hasta su juventud. Su infancia
cosechó muy pocas amistades y prefirió refugiarse en sus fantasías. En la
adolescencia fue muy enamoradizo pero siempre en el terreno platónico.
No obstante su ternura, lealtad y bondad,
Wences albergó mucha amargura en su corazón conforme creció debido a sus
frustraciones amorosas. Se recibió de economista y pronto destacó en su
profesión. Pertinaz ahorrador albergó una buena fortuna que le permitió vivir
holgadamente y a falta de familiares se rodeó de una buena servidumbre de la
que posteriormente se deshizo.
Soltero, sin hijos ni familiares, jubilado
y con una respetable fortuna, se aisló prácticamente del mundo, a no ser por su
vicio musical que lo acompañaba durante horas… excepto cuando decidía jugar con
sus canicas, cochecitos y animalitos de plástico que juntó desde niño y como
entonces, totalmente solo, de rodillas o tendido sobre el piso –a pesar de su
ya limitada flexibilidad- daba rienda suelta a su imaginación para crear
múltiples escenarios dónde interactuar.
Verlo así –pero recordemos que nadie lo
veía- podría haber conmovido a cualquier ser. Era un pobre vejete –a pesar de
su riqueza- imbuido en extraños juegos, dedicado a mover sus piezas a capricho
y religiosamente guardarlas en sus frascos y cajas.
El señor Fechado Desliz se sentía muy
emocionado al actuar así, pero de su conciencia tranquila pasaba a la
preocupación de saberse quizá loco; aunque tenía razón, si nadie lo descubría no podía
catalogársele así. Pese a su edad, él mismo se encargaba de salir como
cualquier persona e ir a la tienda de la esquina, a comprarse su pan, a
sentarse por ratos en una banca del jardín. No era un ermitaño total, saludaba
con cortesía y afecto a sus vecinos y se dejaba visitar ocasionalmente por el
médico. Afuera era el viejito más simpático y cordial con que se pudiera cruzar
cualquier mortal. Dentro de su casa a la hora de prepararse sus sencillos
alimentos, asearse, vestirse y dormir, era de lo más normal… hasta que le daban
ganas de jugar.
Don Wenceslao tampoco era ningún avaro. A
lo largo de su vida se distinguió por aportar significativas cantidades a
asociaciones y fundaciones filantrópicas de todo género, a favor de la
infancia, de los animales, de la naturaleza, y en lucha contra múltiples
enfermedades. Pero jamás hizo gala de ello. Prácticamente nadie supo de esta
faceta, salvo los administradores de la beneficencia.
Conmovedor era pues ver a aquel hombre
solitario embebido en su felicidad. Parecía de cuatro años y ya tenía casi
noventa. Nada ni nadie podían perturbar sus alegres juegos en los que él se
explayaba y parecía recobrar fortaleza y ánimos.
El señor Fechado Desliz murió plácidamente
en su mecedora durante una siesta y con una sonrisa en los labios. Nadie se
percató de sus juegos. Todas sus pertenencias de acuerdo a su voluntad fueron a
dar a asilos y hospicios. Aquellas canicas, cochecitos y animalitos de plástico
terminaron en manos de pequeños huérfanos que felizmente los acogieron.
D.R. © Teófilo Huerta, 2013
1 comentario:
Hola...tenías toda la razón cuando me escribiste que de tu página se derivaba a "muchos" blogs. Admirable lo bien diseñado que está todo: cada cosa en su lugar, y todas unidas entre sí. Muy bien todo!
Felicitaciones, colega,y saludos cordiales desde Chile.
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