In memoriam
a Rodolfo, mi primo.
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Foto: IMER |
I
Era
ya una leyenda en vida. Mantenía en su casa un estudio con sus máscaras,
trofeos y fotografías. Estaba en la plenitud de su carrera y así quería
retirarse.
Pero su despedida debía estar acompañada
por la develación de su identidad. Nunca había perdido la máscara en el ring,
pero era tiempo de mostrar su rostro a sus fieles seguidores y al mundo entero.
De cualquier manera, Haz Luminoso quería
retirarse invicto y para “perder” su máscara no lo haría ante un acérrimo
rival, sino en una función de exhibición ante un luchador aficionado.
En conferencia de prensa anunció su retiro
e intenciones, lanzó allí una convocatoria y se encargó él mismo de la
meticulosa selección. Cientos de candidatos hicieron fila durante días a las
puertas del gimnasio habitual. Haz Luminoso dedicó horas y horas durante una
semana en recibir y conocer las portencialidades de los candidatos a luchar
contra él. No satisfecho, amplió la fecha límite hasta que alguien le llenara el
ojo. Tenía que ser alguien atlético, con habilidades, pero también buscaba que
fuera una persona de un núcleo de escasa población, no muy sociable, casi
ermitaño. La búsqueda era quirúrgica.
Sucedió por fin un día. Le comunicó
directamente al elegido y le pidió no revelar a nadie que era el ganador.
Durante meses Haz Luminoso entrenó a su
discípulo en un gimnasio perdido en una zona campestre, lo puso en forma y le
capacitó en llaves y secretos de la lucha libre. Nada se filtró de esas
sesiones. Ningún periodista tuvo el olfato para seguir la pista.
La función de despedida se publicitó con
bombos y platillos, las entradas al evento se agotaron el mismo día en que se
pusieron a la venta, se negoció la transmisión en vivo y todo quedó listo.
Llegó el día elegido y millones de
espectadores eran testigos del relevante acontecimiento. Fidelidad y morbo se
confundían y fusionaban. El ambiente era de euforia y expectación, a pesar de
que la función sería solamente de exhibición, sin ser realmente un combate tal
como lo había autorizado la Comisión de Lucha Libre para proteger la integridad
del hombre amateur.
Se apagaron las luces de la arena y al
centro impactante se iluminó exclusivamente el ring; la luz también se hizo en
el pasillo por el que elegantemente vestido de traje caminó Haz Luminoso
flanqueado por bellas mujeres con carteles publicitarios. Una comitiva de
funcionarios se sumó al séquito y todos subieron al encordado. Jovial, entero y
ágil, el enmascarado saludó a los cuatro puntos cardinales. La ovación se
magnificaba en la arena, el espectáculo era imponente, sobre todo a los ojos de
los niños y de los verdaderos apasionados.
El homenaje estaba en marcha. Breves
palabras de un par de funcionarios que hicieron entrega de una placa dorada al
Haz Luminoso que tomó la palabra entre el griterío enloquecido de la audiencia.
Agradeció el gesto, le ayudaron con la placa y se dirigió nuevamente a los
vestuarios.
Murmullo de la gente y voceadores de
cervezas y golosinas inundaron el ambiente. Después vino el anuncio oficial.
-
Señores y señoras: en su despedida
histórica con nosotros: Haaaaaaaaaz Luminooooooosoooo.
Gritos desaforados, aplausos a rabiar. Estruendo.
Por el pasillo ahora con su lujosa y larga capa dorada,
mallones blancos y el pecho desnudo apareció con las manos levantadas el
enmascarado, trepó al ring e hizo movimientos de calentamiento.
-
En esta ocasión, el privilegiado
contrincante: Retadoooooor Anónimooooo.
En un tono menor,
aplausos, gritos, chiflidos y luego… un murmullo apacible producto del impacto
que la figura retadora causó en el público. A distancia, telespectadores e
internautas también se impresionaron por el porte del hasta entonces
desconocido retador de quien se ignoraba su nombre real y procedencia.
Retador Anónimo,
con su rostro descubierto, no saludo, no corrió, caminó con garbo y subió en
cámara lenta al ring; su calentamiento fue también parsimonioso, artístico, más
para un acto dancístico que de lucha. Su semblante apacible emulaba a un héroe griego;
labios gruesos, nariz recta, ojos grandes, negros, brillantes, rasgados y
engalanados por unas enormes pestañas naturales.
Cada uno de los
“contrincantes” fue a su respectiva esquina. Pasearon y luego se retiraron las
modelos publicitarias. Al centro el réferi de mediana estatura con su blusa a
rayas llamó a los luchadores al centro, éstos accedieron y se saludaron. Hasta
ese momento volvió el griterío.
Los luchadores se
pusieron frente a frente y el Haz Luminoso procedió a tomar un brazo de Retador
Anónimo para emular sobriamente una llave, después cruzó levemente el brazo de
su adversario por la espalda sin llegar realmente a culminar la nueva llave.
Desde un inicio se delimitó la autoridad a la nueva enseñanza pedagógica de los
movimientos. Aunque el público estaba informado que así sería, contagiado del
ambiente y la expectativa, comenzó a reclamar acción, querían lucha en serio,
no deseaban conformarse.
Los contrincantes
intensificaron un poco el contacto, pero sin llegar a un combate real. Se
aventaron un poco, hicieron fuercitas, pero nada a fondo. La gente seguía
reclamando.
-
¡Ya dense en la madre, hombre!
-
¡Parecen niñas!
-
¡Rómpele el hocico Haz!
-
A ver Retador, demuestra de qué
estás hecho, ¡no le saques!
-
Sí, sí, te pasas, pelea como
hombre.
En eso Haz
Luminoso se prendió y sorpresivamente atacó a Retador, le quiso doblar un brazo,
pero éste opuso una fiera resistencia. Ello aplacó y entusiasmó a la gente,
aunque incomodó a las autoridades que supervisaban que aquello no fuera una
lucha. El réferi no sabía qué hacer, todo estaba dentro de los límites de la
lucha y él se sentía ajeno a el prurito de las autoridades.
Retador se
envalentonó. Fue al encordado, se trepó y saltó prodigiosamente, Haz Luminoso
apenas evitó ser derribado. La gente aplaudía, el réferi seguía nervioso, los
funcionarios de la Comisión querían interrumpir la lucha, pero los managers se
aliaron para impedirlo.
Haz Luminoso
buscó afanosamente y sin técnica tirar a su rival, Retador, más gallardo
simplemente lo esquivó. Haz pareció entrar en razón y recordar que él mismo
había preparado a Retador y debía limitarse a mostrar movimientos, lo que
retomó.
-
Vamos Haz -gritó alguien- retador
no es ninguna perita en dulce, te da clases.
-
¡Ya vámonos entonces!
En eso entró la voz del locutor:
-
Gentil público, Haz Luminoso se
despide para siempre de la lucha.
La gente calló,
retomó la fidelidad por su ídolo y aplaudió.
Los dos
luchadores se fundieron en un abrazo.
Retador levantó
el brazo de Haz y la arena vibró. Ahora sí, el novato se despidió, bajó del ring y salió
corriendo sin que el reflector le acompañara.
Unas notas
musicales acrecentaron la tensión en la arena y la gente comenzó a corear:
-
Haz, Haz, Haz, haz, Haz.
Haz Luminoso en
el centro del cuadrilátero, dirigió sus manos a la máscara, lentamente bajó el
cierre, agacho la cabeza, se retiró enérgicamente la brillante máscara, levantó
el rostro y dijo adiós con ambas manos; las cámaras enfocaron el rostro y los
fotógrafos dispararon sus obturadores y flashes; la transmisión a distancia dio
una mejor imagen del rostro descubierto de Haz Luminoso que la que se pudieron
llevar los asistentes que intentaban ver lo mejor posible desde sus lugares y
también tomaban imágenes con sus celulares. Era un rostro moreno, labios
gruesos, ojos grandes y tristes. Haz no sonreía, permanecía serio y como lejano
al acontecimiento, casi incómodo.
No hubo ya
ninguna declaración, ni acceso a los medios en ambos vestuarios a pesar de que
los reporteros se agolparon frente a sus puertas. Haz Luminoso clausuraba así
toda una época.
II
En los
subsecuentes días, periódicos y revistas reprodujeron fotografías del evento y
particularmente de los rostros de los luchadores.
Tras la gran
expectativa vino el contradictorio desencanto de la gente al conocer la
identidad de su ídolo y la mayoría prefería recordarlo con su característica
máscara.
Lo más misterioso
de todo fue que tampoco se supo nada más de Retador Anónimo, cuyo rostro tras
de la máscara provocaba en lectores y audiencias, ese sí, un imán especial, les
cautivaba de manera singular a pesar de su efímera presencia.
III
Javier Ramírez
González, Haz Luminoso, cuidó muy bien su última aparición y, como nunca,
representó un verdadero acto teatral en su despedida.
Realmente él
siempre mantuvo su rostro descubierto, sus ojos grandes y expresivos, rodeados
de tupidas pestañas, su figura gallarda y desenvuelta. Luchó así ante sus
seguidores que le aclamaron y sencillamente luchó contra el pasado que
abandonaba, contra su propia máscara que le había dado tantos triunfos y
alegrías y que en esa ocasión prestó a Margarito Zepeda, originario de Silao,
Guanajuato, seleccionado y entrenado por él.
Algunos
periodistas y personas desconfiadas dudaron en pleno espectáculo y pusieron en
entredicho la presencia del verdadero Haz Luminoso, pero, como siempre, con el
tiempo los escépticos fueron ignorados.
Margarito retornó a su apartada comunidad para continuar
sus tareas en un aserradero privado y nadie, en su entorno sospechó
absolutamente nada. Conservó, eso sí, la máscara que portó de Haz debidamente
autografiada por el ídolo.
Javier por
supuesto se escondió por un largo tiempo y lo arroparon familiares, conocidos y
vecinos, quienes se solidarizaron con la original transmutación.
D.R. © Teófilo Huerta, 2017